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2/27/2012

APÉNDICE I. LA FRANCMASONERÍA OCULTA EN EUROPA CONTINENTAL

Es complicado reseguir la propagación de la francmasonería desde las Islas Británicas hasta el continente y el ulterior desarrollo de aquélla en Europa. En buena parte contribuye a la dificultad el afán de la moderna «corriente principal» de la masonería, consistente en marcar distancias con respecto a sus orígenes esotéricos. Además no se encuentran historiadores dispuestos a tomarse en serio el tema.

En Francia las primeras logias masónicas oficialmente reconocidas se establecieron poco después de 1720, bajo el control de la Gran Logia de Inglaterra. En la época, no obstante, existían ya logias en Francia cuyo origen se retrotrae a la presencia de partidarios (sobre todo, escoceses) de Carlos II, quienes le acompañaron en el exilio durante el decenio 1651-1660.
 
Por consiguiente, la Historia de la masonería en Francia debe distinguir dos corrientes distintas, la descendiente de las logias inglesas (que formaron en 1735 su propia Gran Logia en París), y la derivada de las logias escocesas, en lo que alternan períodos de mutua hostilidad con los intentos de reconciliación. La fundación de la Gran Logia de Francia en 1735 supuso una ruptura con la Gran Logia inglesa, siendo el desacuerdo debido precisamente a que Londres no veía bien que «sus» logias tuviesen buenas relaciones con las escocesas.

Parece que la masonería escocesa permaneció más próxima al carácter originario de la francmasonería como sociedad secreta ocultista, mientras que en Inglaterra se convirtió en una asociación de ayuda mutua, o sistema de reparto de recomendaciones, o una sociedad filosófica en el mejor de los casos. Desde luego la masonería escocesa tuvo siempre un carácter marcadamente oculto.

La creación de la Observancia Templaria Estricta por el barón von Hund hacia finales del decenio de 1740 significó una nueva evolución dentro de la francmasonería escocesa. El mismo Von Hund decía tener autoridad delegada por miembros de los partidarios de los Estuardos exiliados en París. Este círculo estaba centrado alrededor de Carlos Eduardo Estuardo (1720-1788), el llamado «Joven Pretendiente». Si aquella afirmación fuese cierta —y los estudios recientes tienden a corroborar que lo era—, entonces este sistema derivaría de los mismos círculos que la ya existente obediencia escocesa.

Aunque Von Hund fue recibido en París y empezó a promover en Francia su nuevo sistema, la mejor acogida de la Observancia Templaria Estricta aconteció en su Alemania natal, donde fueron conocidos al principio como los Hermanos de san Juan el Bautista. (El título de «Observancia Templaria Estricta» no lo adoptaron hasta 1764 en realidad, ya que anteriormente el sistema en sí se denominaba sencillamente «masonería rectificada».) Von Hund creó la primera logia alemana, la de los «Tres Pilares», en Kittlitz, el 24 de junio de 1751, día de san Juan Bautista. Las logias alemanas tuvieron estrechos vínculos con las sociedades rosacruces, en especial la Orden de la Cruz Oro y Rosa (véase el capítulo 6).
 
En 1773 se creaba en Francia el Gran Oriente, una autoridad rival de la Gran Logia. El punto principal de discrepancia entre ambos sistemas era la admisión de mujeres en la francmasonería: el Gran Oriente admitió logias exclusivamente femeninas. Pero luego el Gran Oriente sufrió un considerable trastorno debido a lo que se entendió era un intento de absorción por parte de la Observancia Templaria Estricta. Lo cual suscitó fuerte oposición, en parte por nacionalismo ya que consideraban a ésta un sistema extranjero, peor aún, alemán.
 
De resultas de todo esto se creó en 1804 un nuevo sistema «escocés», el Rito Escocés Antiguo y Aceptado (que luego llegó a tener gran aceptación en Estados Unidos). (Para dificultar todavía más la cuestión actualmente existe una Gran Logia Nacional Francesa, a no confundir con la Gran Logia de Francia; aquélla, aunque minoritaria en cuanto a número de logias representadas, se halla en alianza con la Gran Logia inglesa.)

En 1761 Martinès de Pasqually (1727-1779) fundó otra forma de francmasonería oculta, la Orden de los Cohen Electos. Muy pocos antecedentes constan acerca de Pasqually, excepto su probable origen español. Algunos estudiosos creen que tuvo relaciones con los dominicos, y dada la tradicional vinculación de esta orden con la Inquisición pudo consultar materiales, heréticos y mágicos en los archivos de ésta. También pudo presentar, a demanda de la Gran Logia de Francia, unas credenciales otorgadas a su padre por Carlos Eduardo Estuardo, lo cual le relaciona con la masonería escocesa que avaló al barón Von Hund.1

De Pasqually tuvo un secretario llamado Louis Claude de Saint-Martin, que llegó a ser importante e influyente filósofo ocultista al que llamaban el «Filósofo Desconocido». Saint-Martin formó un nuevo sistema de masonería escocesa, el Rito Escocés Reformado, el cual se unió a la rama francesa de la Observancia Templaria Estricta durante la Convención de 1778 en Lyon. Fue ésta una asamblea de masones de rito escocés a la que acudieron también representantes de la francmasonería suiza. La fuerza motriz principal del encuentro de Lyon fue Jean-Baptiste Willermoz (1730-1824), que también era miembro de los Cohen Electos. Allí se unificaron bajo el nombre de Rito Escocés Rectificado los de Von Hund y los de Saint-Martin, como queda dicho.
 
(La filosofía de éste, el martinismo, fue una influencia preponderante en el resurgimiento del ocultismo francés a finales del siglo XIX, sobre todo en relación con los grupos «rosacruces» que hemos comentado en el capítulo 7, y las relaciones entre las órdenes martinistas y el Rito Escocés Rectificado siguen siendo estrechas a la hora de escribir estas líneas.)

La Observancia Templaria Estricta fue abolida en la Convención de Wilhelmsbad (1782), reconociéndose como legítimo el sistema del Rito Escocés Rectificado (que era, en esencia, la Observancia Estricta bajo un nuevo nombre y con adición de algunas creencias martinistas).
 
La Observancia Templaria Estricta sobrevivió también a través de su influencia sobre otra forma de francmasonería «oculta», los Ritos Egipcios creados por el conde Cagliostro (véase el capítulo 7). Después de ser admitido en 1777 a una logia de Londres (Esperance 369) de la Observancia Estricta, Cagliostro desarrolló su propio sistema, que incorporaba ideas alquímicas y otras aprendidas de grupos ocultos alemanes. En 1782 creó la «logia madre» del Rito Egipcio en Lyon. Rasgo distintivo de este sistema, aparte el empleo de simbolismos tomados del antiguo Egipto, era la igualdad funcional de la mujer.

También es significativa la fecha fundacional de este sistema. Los incrédulos atribuyen la fundación de la francmasonería de rito egipcio a la moda europea de todo lo egipcio causada por la campaña de Napoleón (durante la cual fue descubierta la famosa piedra Rosetta); sin embargo esa aventura egipcia fue en 1789-1799, posterior a la instigación del sistema masónico.

En 1788 se creó en Venecia el Rito de Misraïm bajo credenciales otorgadas por Cagliostro, y en 1810 lo llevaron a Francia los tres hermanos Michael, Joseph y Marcus Bedarride, oriundos de Provenza.

Éstos crearon un Gran Capítulo en París e iniciaron negociaciones para unirse al Gran Oriente. También establecieron relaciones con el Rito Escocés Rectificado, lo cual implicaba el reconocimiento del origen común de ambos sistemas en la Observancia Templaria Estricta. Los cuatro grados máximos del Rito de Misraïm recibieron el nombre de Arcana Arcanorum.

Otro rito egipcio importante fue el de Menfis, creado en Montauban en 1838 por Jacques-Etienne Marconis de Nègre (1795-1865), que había sido miembro del Rito de Misraïm. También este sistema estaba estrechamente relacionado con el Rito Escocés Rectificado.

En 1899 Gérard Encausse (Papus) unificó los Ritos de Menfis y de Misraïm, tras haber fundado y dirigido una Orden Martinista (véase el capítulo 7).

Así pues, el Rito Escocés Rectificado, los Ritos Egipcios y las órdenes martinistas forman un grupo de sociedades interconectadas con origen común en la Observancia Templaria Estricta del barón Von Hund —que deriva a su vez de los caballeros templarios de Escocia— y las logias rosacruces de Alemania.
 


APÉNDICE II.
RENNES-LE-CHÂTEAU Y LA «TUMBA DE DIOS»

Mientras preparábamos el original definitivo de este libro, Rennes-le-Château regresó a los titulares con la publicación de The Tomb of God, de Richard Andrews y Paul Schellenberger (1996). El libro exponía una tesis muy polémica, según la cual el secreto descubierto por el sacerdote Bérenger Saunière fue la localización de la sepultura de Jesús, nada menos, que según creen los autores es el Pech Cardou, una montaña sita precisamente cinco kilómetros al Este de Rennes-le-Château.
 
Puesto que figura entre los dogmas del cristianismo la creencia de que Jesús ascendió corporalmente a los cielos, naturalmente no debería quedar nada que sepultar. La propia idea de que exista un cuerpo de Jesús, dondequiera que sea, no puede ser más escandalosa y peligrosa para la cristiandad ortodoxa.

En sí no es nueva la proposición de que la tumba de Jesús se encuentre en Rennes-le-Château, o mejor dicho viene a ser una especie de lugar común en Francia, donde circulan ya dos libros y media docena de tesis inéditas, por lo menos, que pretenden lo mismo aunque propugnando en cada caso localizaciones diferentes. (Se ha sugerido incluso que el último reposo del Hijo de Dios podría encontrarse debajo de los lavabos públicos del estacionamiento de coches en Rennes-le-Château.)1
 
La idea deriva de lo que se intuye debe ser la suma importancia del tan rumoreado secreto, y la creencia común de que tiene algo que ver con una tumba (como lo indica, por ejemplo, el cuadro de Poussin Los pastores de Arcadia, cuyo asunto principal es una tumba.)

¿Prometen las teorías de Andrews y Schellenberger despejar el misterio de Rennes-le-Château? Ellos fundan sus conclusiones en el descubrimiento de unas complicadas estructuras geométricas ocultas en los dos «pergaminos en clave» que supuestamente halló Saunière, así como en varios cuadros relacionados con el asunto, como el ya mencionado de Poussin, Pastores de Arcadia. Todo ello lo interprelan como un conjunto de «instrucciones» que, trasladadas a un mapa de la comarca de Rennes-le-Château, señalan el emplazamiento de Pech Cardou como el lugar donde se encontrará el «secreto».

Lo cual plantea un montón de problemas, para expresarnos moderadamente.

En primer lugar, y si bien es cierto que el «código» geométrico se encuentra en muchas de las obras —aunque no en todas ellas—, no está demostrado en absoluto que respondan a la intención de servir como mapas. Podrían tener algún otro significado esotérico basado en los principios de la geometría sacra. En segundo lugar, y aunque estuvieran en lo cierto, el razonamiento que aducen para aplicar dichas «instrucciones» en la manera que lo hacen es oscuro, y no pocas veces arbitrario. En realidad la única vinculación entre la geometría y el paisaje real pasa necesariamente por los pergaminos, y éstos, como hemos visto en el capítulo 8, son de procedencia más que dudosa.

Y aun suponiendo que Andrews y Schellenberger hayan acertado en cuanto al lugar, la deducción final —según la cual el secreto consiste en que es Jesús el que está enterrado ahí— es de una debilidad notable. Como cuando interpretan el famoso mensaje «Manzanas Azules» como una serie de instrucciones cuyo objetivo final consiste en hallar esas pommes bleues. Ellos afirman que esa expresión, de la que depende buena parte de su concatenación argumental, significa «uvas negras» en la parla de los lugareños.
 
Pero hay que hacer hincapié en que no es así, y aunque lo fuese, el salto lógico que aventuran entre pommes bleues y la persona de Jesucristo es más bien vertiginoso. Los autores nos dejan atónitos cuando escriben con acentos de gran perentoriedad acerca del «simbolismo del cuerpo inherente en el mensaje pommes bleues [...]»,2 y en otro lugar aseguran sin ambages: «de las uvas que simbolizan su cuerpo [el de Jesús], las pommes bleues».3

El razonamiento queda corroborado según los autores por su propia interpretación del lema Et in Arcadia ego... Dicen que es menester completarlo con la palabra sum, con lo que viene a decir la frase «y en Arcadia estoy yo», que luego transforman en anagrama de «estoy tocando la tumba de Dios, Jesús» (Arcam Dei tango, Iesu). Pero eso depende de que sea en efecto un anagrama y de la validez de la palabra añadida.

Andrews y Schellenberger interpretan el mensaje «Manzanas Azules» como una serie de referencias a varias localidades que al unirlas en un mapa configuran un cuadrado perfecto. Se trata de unas interpretaciones muy forzadas, sin embargo. Por ejemplo, la cifra latina que da 681 se entiende como la cota de altitud de un punto que se halla al nordeste de Rennes-le-Château. Pero ésta sólo figura como tal en la edición actual del mapa IGN (el equivalente de nuestro Instituto Geográfico Catastral).
 
Todas las demás ediciones y un cartel en el mismo lugar dan la altitud correcta en 680 metros. De esta circunstancia sacan Andrews y Schellenberger la conclusión de que algún «iniciado» del Institut Géographique National retocó la edición actual para que concordase con el mensaje. (¿No habría sido más fácil citar la altitud correcta desde el principio?)

Luego Andrews y Schellenberger pasan por alto que el mensaje codificado sea un anagrama perfecto de la inscripción en la lápida de Marie de Nègre, que data de 1791. De manera que los autores del código habrían conseguido una hazaña extraordinaria, la de convertir una inscripción del siglo XVIII en un mensaje que indica con exactitud esos cuatro lugares... uno de los cuales tiene una altitud expresada en unidades de medida modernas, y el otro es un viaducto construido después de 1870.

Aparte la tortuosidad del razonamiento han prestado excesivo crédito a varias falacias bien conocidas en relación con el asunto Saunière. Por ejemplo, se hacen eco del rumor de que Marie Dénarnaud encargó el ataúd de Saunière varios días antes de la muerte de éste, cuando aún se hallaba en buen estado de salud, si prescindimos de los abusos con que había arruinado su constitución. Actualmente es bien sabido entre todos los estudiosos del caso de Rennes que la anécdota deriva de una lectura errónea del recibo con que se pagó el ataúd, al confundir 12 juin (junio) con 12 jan (enero).

Al comienzo cuentan los autores que el misterio les llamó la atención por las enigmáticas y sospechosas muertes de los tres curas de la región: el mismo Saunière y los abbés Gélis y Boudet. Dan a entender Andrews y Schellenberger que los tres murieron asesinados porque conocían el gran secreto. Sería tema para una buena novela policíaca, en efecto, si no fuese porque sólo uno de dichos sacerdotes murió asesinado, el abbé Gélis. Como hemos mencionado, el estilo de vida de Saunière le garantizaba un fallecimiento relativamente prematuro, y Boudet murió de muerte natural a edad avanzada (en una residencia para jubilados, nada misteriosa).

Así que esta solución al recalcitrante misterio de Rennes-le-Château tampoco satisface, a fin de cuentas, pero ¿es defendible la hipótesis acerca de los restos de Jesús?

Andrews y Schellenberger proponen tres desarrollos alternativos: Jesús sobrevivió tras la crucifixión y huyó a las Galias, donde vivió el resto de sus días. O bien su familia y/o los discípulos llevaron sus restos a Francia. O los templarios descubrieron los susodichos restos en Jerusalén y los llevaron al Languedoc. Aunque ninguno de ellos es imposible, los autores no plantean ninguna prueba directa ni indicio convincente.

La idea de que Jesús estuviese enterrado en el sur de Francia es plausible, aunque podríamos aducir que lo resulta más dentro del contexto de nuestras conclusiones. Cabría que la Magdalena se llevase el cuerpo de Jesús, o incluso que éste la acompañase en vida. (A la manera característica de la corriente principal cristiana, ni Andrews ni Schellenberger hacen ningún caso de ella.) Pero no se encuentra indicio ni siquiera de una tradición que abonase esa idea; todas las tradiciones existentes dedican todo su énfasis a María Magdalena. La clandestinidad herética del sur de Francia era y es, primordialmente, un culto a la Magdalena, que no a Jesús.

Ahora bien, si llegasen a encontrarse unos restos que pudieran ser los de Jesús, ¿cómo se establecería una identificación rigurosa? Una vez más Andrews y Schellenberger aplican al problema su peculiar género de lógica. Cuando acaban de describir el tipo de sepultura que daban los judíos del siglo I (ya que para ellos Jesús fue un judío esenio), consistente en recoger los huesos una vez descompuesto el cadáver y pasarlos a una urna de piedra o un osario, se ponen a hablar inopinadamente del cuerpo embalsamado de Jesús (y también observan que los templarios conocían el método de embalsamamiento, lo cual no hace al caso: para salvar por ese procedimiento los restos de Jesús se habrían presentado más bien tarde). ¡Incluso proponen la identificación de los restos por cotejo con la imagen del Sudario de Turín!

Por supuesto cualquier género de especulación sobre la tumba de Jesús debe permanecer en el dominio de las intenciones piadosas hasta que aquélla haya sido realmente descubierta y estudiada. Andrews y Schellenberger no pretenden haberla descubierto, sólo dicen tenerla localizada. Por lo cual propugnan una expedición arqueológica a plena escala, que confían verificará su hipótesis.

Pero las tradiciones locales se ocupan primordialmente de otros dos personajes, que no de Jesús: María Magdalena y Juan el Bautista. A la luz de nuestra investigación, los rumores en cuanto a la presencia de unos restos de Cristo en la región seguramente se referirán a alguien mucho más próximo que Jesús a los corazones de los habitantes.
 

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